Aniversario

Un año ya sin ti, mi amigo del alma; mi compañero de mil batallas.

El 25 de diciembre cumplí un año sin fumar. Empecé a fumar en 1998; el 26 de junio fue la primera vez que probé el cigarrillo y el 23 de octubre la primera vez que compré una cajetilla. La mayoría de mis amigos fumaba desde hacía varios años pero nunca me presionaron para que fumara, nunca se burlaron ni me retaron a darle solo una fumadita a un cigarrillo para demostrar que era hombre o que pertenecía al grupo o que no era gallina.

A mis 17 años, con un grupo de amigos que fumaba desde los 14, yo era un no-fumador. Había algunos elementos del tabaquismo que me llamaban la atención: golpear un paquete o un cigarrillo individual en el lado del filtro, para asentar o comprimir el tabaco; el sonido de un encendor Zippo abriéndose; coger el paquete de Marlboro de mi tía Lucía cuando ella lo dejaba en la sala de mi abuelita, abrirlo y aspirar con fuerza para sentir el olor del tabaco rubio; Bruce Willis en Die Hard, fumando como si no fuera gran cosa mientras mataba terroristas europeos como si no fuera gran cosa.

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El caso es que empecé a fumar a los 17 años, cuando nadie —particularmente yo— creía que fuera a empezar a fumar. Me demoré solo un par de meses en alcanzar lo que sería mi promedio hasta hace un año: un paquete diario; 20 cigarrillos cada día, más cuando salía de fiesta o me quedaba despierto frente al computador hasta tarde jugando Age Of Empires o terminando trabajos de la universidad.

A lo largo de mi carrera de 16 años como fumador traté de dejarlo varias veces. La más exitosa fue cuando mi mamá me llevó donde un bioenergético semituerto que tenía su consultorio en Obelisco. Como parte del procedimiento, el tipo me hizo entregarle mis cigarrillos y mi candela, y más tarde sacó un cigarrillo light de un paquete de la repisa, lo prendió, se acercó a mí y me echó el humo en la cara un par de veces. «¿Ve como es de molesto? ¿Siente ese olor desagradable? Esa que siente ahora es la misma sensación de ahogo que va a sentir si intenta fumar nuevamente», me dijo con la cara ligeramente ladeada y mirándome fijamente con sus ojos asimétricos. A mí me pareció molesto, pero no porque me echara el humo en la cara sino porque se acercó mucho para hacerlo; por esa época yo fumaba Boston, un cigarrillo mucho más fuerte que el que él prendió, así que el olor fue casi imperceptible para mí (y en todo caso el olor a cigarrillo me ha gustado desde que empecé a fumar); sensación de ahogo tampoco hubo, pero no tuve corazón de interrumpirlo para decírselo. Me pegó unas pequeñas piedritas en la oreja, me mandó unas gotas y me despachó con una palmada en la espalda, felicitándome por haber dejado de fumar. Y efectivamente lo dejé. Pasé 9 meses sin fumar y subí más de 20 kilos; una noche de diciembre, borracho, le pedí un cigarrillo a un amigo con el argumento de que estaba «tan borracho que al día siguiente no me iba a acordar de que había fumado»; al día siguiente me acordé, una semana después repetí la hazaña y al cabo de un mes había vuelto a mi promedio de 20 cigarrillos y había rebajado 10 kilos.

Tuve un par de fracasos más desde eso (el seminario de hipnosis de Tony Kamo que me regaló mi hermana me ayudó a dejarlo por 4 días), pero finalmente me hice a la idea de que soy un fumador, igual que algunas personas son zurdas o diabéticas. Hace un año decidí nuevamente intentarlo. Aunque trato con todas mis fuerzas, no logro acordarme de los motivos que tuve para hacerlo, pero finalmente logré, no dejar de fumar, pero sí por lo menos parar de fumar.

Llevo un año sin fumar pero eso no quiere decir que haya dejado de hacerlo. Extraño al cigarrillo, extraño la sensación que me produce el humo al bajar por la garganta, extraño fumar viendo una película, o manejando, o después de comer, o mientras escucho algunas canciones en particular, o en la cama con la luz apagada. Me temo mucho que aunque sea capaz de pasar el resto de mi vida sin probar otro cigarrillo, siempre seré un fumador. A veces me consuela pensar que algún día, cuando ya esté muy viejo voy a poder volver a ponerme un cigarrillo en los labios, encenderlo y aspirar con fuerza el humo, con la tranquilidad del que no tiene ya nada qué perder. A veces me siento como Red, el personaje de Morgan Freeman en The Shawshank Redemption, después de que Andy Dufresne escapa de la prisión: ‘I guess I just miss my friend‘.



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